Clamando en el Desierto

miércoles, octubre 20, 2010

¿Clase, in, culta?

En Colombia los indígenas no estaban tan avanzados como en otros países de América además su número era menor que en aquellos por lo que la crisis demográfica que se presentó a raíz de las epidemias, de la conquista en sí y de la sobre explotación afectó más al país. Esto unido a los altísimos costos, muchas veces no comprendidos por los mineros, de la extracción de oro no permitió que se creara una clase dominante ni tan rica ni tan grande ni tan fuerte como las de México o el Perú, por lo que fue necesario asimilar completamente a ésta a los funcionarios coloniales quienes al ser mayoría impusieron sus valores. Además hay que tener en cuenta que debido a que muy pocas españolas vinieron durante la formación de la nueva sociedad en el seno de esta clase se encontraban muchos mestizos (en los árboles genealógicos de Flórez de Ocáriz aparecen una y otra vez) con lo que se llegó a una clase precaria en la que bastaba la división de una herencia o la pérdida de un cargo para terminar descastado, se requería, entonces, de unos valores intangibles que permitieran distinguir a los distinguidos aun cuando hubieran sufrido tan gran desgracia. El valor de fácil alcance para las clases altas y que no estaba al de las demás fue la cultura pero no había la grandeza para crear una propia ni los medios para seguir de cerca los avances de la europea ya que si Bogotá estaba lejos de los circuitos comerciales lo estaba aun más de los de la cultura más por razones económicas que geográficas. Así que tal cultura quedó restringida a la educación que se daba entonces, y que era privilegio de la clase alta, lectura de los clásicos y al habla de un idioma gramaticalmente correcto, esto último lo facilitaba el conocimiento, indispensable para las lecturas, del latín. Ser culto se volvió sinónimo de tener buenos modales y un habla gramaticalmente correcta compartía los rasgos de un cierto acervo y de las buenas maneras. Además en su afán de esconder su propio mestizaje (Colombia es tal vez el más mestizo de los países hispanoamericanos), se aferró a las costumbres españolas (no es de extrañar por lo tanto la insistencia en que en Colombia se habla el mejor español de América, en especial en los departamentos más mixturados, el Altiplano y los santanderes).
La independencia no cambió este aspecto. Aunque en el siglo XIX se crea una burguesía, ésta distaba mucho de ser, por ejemplo, la de Buenos Aires, y como clase tenía las mismas debilidades de la de los antiguos encomenderos, tanto así que pudo enfrentar a la los terratenientes en los campos militar, económico y político pero debió asimilarse a ellos en el social para lo que usó las herramientas que tenía a mano. Los burgueses principales se hicieron a la dignidad distintiva de expresidente de la República (en los veintitrés años en que la burguesía radical tuvo el sartén por el mango veintiséis ciudadanos se posesionaron como presidentes) y, claro está, utilizaron la cultura, como ésta se conoce en Colombia, modales y gramática.
Es cierto que aportaron nuevos conocimientos, en especial en las ciencias físicas, algo de historia y economía política pero tampoco crearon o adquirieron una verdadera cultura. (Una de las razones tras el suicidio de Silva, uno de los muy pocos colombianos verdaderamente cultos de la época, es sin duda la incomprensión de sus contemporáneos, lo llamaban José Presunción, probablemente porque hablaba de temas que los demás no entendían, y debió de sentirse – para usar una frase suya- como Prospero en un país de calibanes).
Ya entrado el siglo XX, la cultura (gramática y modales) seguirá siendo distintivo de clase, el único colombiano que escala toda la pirámide social sin apoyarse en el capital, Marco Fidel Suárez, era, ¿habrá necesidad de decirlo? Gramático.
Desde luego esto tiene sus problemas, el idioma se estanca - recordemos que por lo general la el lenguaje se enriquece a partir del pueblo y hacia las clases altas y no al contrario – y tiende a acartonarse, “La detestable costumbre bogotana de pronunciar todas las letras” según el decir de Vargas Llosa. Tras esa arrogancia de “en Colombia se habla el mejor español de América” ¿no hay, acaso, un cierto complejo de inferioridad? Mientras los argentinos hablan en argentino y los mexicanos en mexicano, aquí se sigue hablando, al menos eso se intenta, el castellano del siglo XIX español.


Los profundos cambios sociales y económicos que se dan una vez terminada la Segunda Guerra Mundial harán que la sociedad colombiana, sin dejar de ser clasista en el fondo, se vuelva más permeable pero se exige como valor mínimo una cierta cultura, los dos valores tan mencionados, y los lenguajes siguen siendo símbolos de clase y el idioma sigue siendo clasista, para avanzar se necesita aprender las formas de la clase alta.
Pero como no se trata de una vocación ni del resultado de una cultura sino de una herramienta necesaria pero incómoda, las normas se aprenden mal y se aplican peor.
La primera víctima será la difícil preposición de, sus veintinueve acepciones son demasiadas para quien requiere otros conocimientos que le resultan más prácticos y que le interesan más. Hoy es difícil encontrar un párrafo al que si no le sobra un “de” es porque le faltan varios. Que las normas se leen se puede demostrar; por ejemplo, el dequeísmo es menos frecuente en Colombia que en otros países latinoamericanos, así como el detestable uso del “debe de” para indicar deberes pero en pago la dequefobia es rampante y las suposiciones se convierten en aberrantes deberes. No quiero ni mencionar el tan frecuente vaso con agua.
Le siguieron, una a una, las demás preposiciones. Luego le tocó el turno a los pronombres reflexivos a los que se quiere obligar a ser siempre reflexivos. Más tarde al imperativo, muy frecuente en castellano y mucho más en Colombia. Para no parecer maleducada la gente recurre a formas que lo suavicen pero no mediante un respetuoso por favor ni suavizando el tono mediante una pregunta sino que se acude a disfrazarlo, ¿será por que se quiere dar la orden de todos modos?, para eso están los diminutivos, la petición de que se regale lo que piensa pagar, el mandar que le recuerde lo que nunca supo.
Sin embargo lo más perjudicial han sido las palabras “cultas” los neologismos de tendencia técnica que vinieron a reemplazar palabras precisas, claras y concisas y, lo que es peor, las palabras que por su precisión y escasa utilización parecían más finas que las más generales. Para completar el daño se produjo una reacción, otro grupo se empeñó en utilizar sólo la palabra más general y por uno y otro extremo se han ido perdiendo los matices tan necesarios para una buena comunicación, mientras los que suben se empeñan en colocar el reloj en la hora, los que no quieren bajar ponen su plata en acciones y hasta en pirámides. De uno y otro lado ha nacido suspicacia hacia las palabras, ¿serán o no serán elegantes? Ante la desaparición de palabras se acude a otras de las que se asume que tienen un significado parecido, así éste sea muchas veces nada menos que el contrario, se le dice miedoso no al que siente miedo sino al que lo produce y sospechoso al que sospecha (no es un juego de palabras sobre la política actual), por simple miedo a que atemorizante y suspicaz resulten demasiado cultas y por lo tanto ñera o lobas. Eso en el caso de quienes aún conocen tales palabras.
Cualquier palabra que no sea de uso diario es vista con desconfianza y frecuentemente eliminada por completo del vocabulario con la consecuente pérdida de comprensión. Se discute con frecuencia el por qué los jóvenes cada vez leen menos, se dan toda clase de explicaciones pero lo que ellos mismos me han dicho es que se cansan muy fácilmente porque no comprenden algunas palabras, entre ellas muchas que hasta hace poco eran de uso frecuente.
El mal aprendizaje de las normas ha llegado hasta el punto en que toda ese es plural, en breve deberé llamarme Carlo porque soy solo uno. Se regularizan a machetazos los verbos irregulares y hasta los verbos terminados en iar se conjugan en ear por temor a caer y por eso mismo cayendo en errores de pronunciación. Pero si el clasismo ha sido causa del daño del idioma, el populismo no se le queda atrás. Entre los demagogos el mal uso del idioma es una herramienta eficaz. Me dicen que Bush, para no entrar en discusiones locales ni regionales, en su conversación personal tiene menos acento, modismos y errores gramaticales tejanos que en su discurso público.
Para aumentar su audiencia o su tiraje, algunos medios recurren al lenguaje más pobre posible de manera que se pueda llegar a cualquier público al precio de sacrificar precisión y claridad. En los subtítulos de las películas hace mucho tiempo que desaparecieron los tiempos condicionales y los compuestos. Muchos publicistas y comunicadores son hoy los únicos profesionales en el mundo que se pueden dar el lujo de no saber manejar la principal herramienta de su profesión.
Con un idioma plano (en el sentido de los colores), sin matices, es casi imposible comunicarse en forma adecuada. Con una materia prima insuficiente y herramientas deterioradas ¿qué se puede hacer? Culebrones. Pero como éstos necesitan un publico numeroso se deteriora a propósito el idioma se entra en un círculo vicioso en el que el gran perdedor es la necesarísima claridad en la comunicación.
En su estudio de las civilizaciones, el historiador inglés Arnold J. Toynbee da como síntoma típico de la decadencia de las culturas el empobrecimiento del idioma y la aparición de linguas francas. Yo me pregunto si sólo será un síntoma o si adicionalmente es un catalizador que facilita y precipita la descomposición social.